Monday, October 02, 2006

Lectores a escondidas

El viernes, el doctor Carlos Bonilla (cuyo nombre, es curioso, se parece mucho al del suegro de Francisco Gavidia) nos dio una clase magistral sobre los próceres de la Independencia y sus lecturas. Vengo así a enterarme de que los ilustres constituyentes de 1824 leían a los enciclopedistas franceses en forma embozada.

Francisco Barrundia, por ejemplo, era un fervoroso admirador del Contrato Social de Rousseau. No conoció, sin embargo, según el doctor Bonilla, otras obras del ilustre ginebrino, como el Emilio, ni la Nueva Eloísa, pero la influencia de aquella obra es notable en los escritos del prócer.

Lo que me pareció curioso, y por eso menciono el tema, es que la élite intelectual centroamericana de fines del siglo XVIII y principios del XIX no sólo era un grupo culto e ilustrado (José Cecilio del Valle leía cinco idiomas y recibía periódicamente volúmenes de su librero de Nueva York), sino que en su seno circulaban las ideas de la Ilustración, pese a que la mayoría de los libros estaban en el Índice, y por tanto, eran prohibidos.

El claustro de profesores de la Universidad de San Carlos discutía abiertamente las nuevas ideas, como eran llamadas entonces, aunque en forma oficial los contenidos no apareciesen anunciados en los planes de estudio. Este hecho me llevó a la reflexión de que a principios del siglo XIX los intelectuales centroamericanos leían más o menos a escondidas. La censura operaba abiertamente, aunque en forma subrepticia circularan ideas que en aquella época las autoridades juzgaran subversivas.

En los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, más de ciento cincuenta años después, no se había avanzado gran cosa. Mi generación siguió leyendo a escondidas. De la persecución de que fueron víctimas libros y lectores pueden dar cuenta los sobreviviventes de numerosos cateos. En el más puro estilo nazi, la guardia perseguía no sólo a las personas que se atrevían a pensar diferente, sino a los propios libros considerados "subversivos".

¿Será que, en todo caso, ese es el destino de todo pensamiento que se salga de la norma y se atreva a cuestionar la validez del stato quo? ¿Y no resultará preocupante que ahora nadie tenga que leer a escondidas? ¿Será que no hay nada de original o de verdaderamente iconoclasta en el pensamiento que ahora se produce? La libertad de que ahora gozamos, al menos para leer, ¿es una bendición o algo de lo que debamos afligirnos?

No sé. No es que eche de menos la época en que leíamos embozados. Pero no deja de resultarme curiosa la semejanza entre aquella élite de 1824 que produjo, con sus deficiencias y todo, la primera Constitución de Centroamérica, y los jóvenes de los sesenta que se habían propuesto cambiar el mundo. Parafraseando a Manrique, unos y otros, "¿qué se hicieron?".

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