Tuesday, November 14, 2006

Las direcciones en El Salvador

Concuerdo con Miguel Albero: las direcciones en Costa Rica son un galimatías. Mejor no hablar de las de Nicaragua, que son otro tanto o peores: dar como referencia una estatua que ahora no es visible desde la vía pública porque la tapa el muro de una casa particular y otras lindezas por el estilo que ya forman parte del color local. A Managua le agrava la situación el famoso terremoto de diciembre de 1972 que dejó a la ciudad en ruinas. Amplias zonas de su geografía quedaron desde entonces, y siguen, inhabitables.

Pero digamos en descargo de San José y de Managua que la cosa no es mucho mejor en el resto de Centroamérica. No voy a ahondar en el caso de Honduras. Quienquiera que haya tenido la mala suerte de estar alguna vez en Tegucigalpa estará de acuerdo en que es tan caótica, si no más, que el resto de las capitales centroamericanas, con el agravante de que adolece de las cuestas más empinadas de todas.

Fundada para ser lo que fue a lo largo de casi toda su historia: un campamento minero, a Teguz le queda grande su papel de capital, que le fue asignado según las malas lenguas por la esposa de un presidente a quienes las señoras de Comayagua, la verdadera capital de Honduras durante la época colonial, le hacían el vacío por no estar a su mismo nivel social. Según el cuento, la dulce señora vengó el desaire convenciendo al marido de que moviera la capital a Tegucigalpa y así las dejó a todas con un palmo de narices.

Guatemala tampoco está mejor. Si bien el sistema de zonas parece —y enfatizo el “parece”— más racional, tampoco ayuda mucho a la hora de las horas. Basta ver un plano de la ciudad, ya no digamos estar en el terreno, para notar el caos. Con el agravante de que Guatemala es uno mucho más extenso que los otros caos capitalinos de Centroamérica. Tampoco los transeúntes chapines son de gran ayuda. Una no sabe si debido a la desconfianza alimentada por años de violencia o al hecho de que adolecen de ignorancia genuina, pero nadie da direcciones en Guatemala.

San Salvador, me temo, es tan caótica como las otras. Algunos alcaldes intentaron organizar racionalmente la capital. Pruebas del intento aún se observan en aquellos lugares donde la nomenclatura sigue los criterios del esquema de damero, según el cual calles y avenidas se cruzan en ángulos rectos y se ordena de acuerdo con el siguiente sistema: el punto donde se interceptan las avenidas cero (al norte, avenida España, y al sur, Avenida Cuscatlán) con las calles cero (al poniente, calle Arce, y al oriente, calle Delgado) es la esquina norponiente de Catedral, justo donde, hasta los años sesenta, existió el hermoso edificio del Correo, dañado por el terremoto del 3 de mayo de 1965. Este es el origen, el lugar donde abcisas y ordenadas se encuentran.

Desde ese punto, hacia el oriente las avenidas tienen numeración par: Segunda, Cuarta, Sexta y así sucesivamente. Al norte de la calle Delgado son avenidas norte, y al sur, sur. Al poniente, las avenidas tienen numeración impar: Primera, Tercera, Quinta y así sucesivamente. Y del mismo modo, al norte de la calle Arce son avenidas norte, etc. Para las calles reza el mismo sistema: Al norte, las calles son impares, y al sur, pares. Al oriente del eje de las Y, formado como ya dijimos por las avenidas España y Cuscatlán son calles oriente, y al poniente, otro tanto.

La numeración indica cuántos metros que separa a la edificación del eje correspondiente, y por lo general, los números pares van a un lado de la calle y los nones al otro. Así, el antiguo edificio de la Biblioteca Nacional, destruido por el terremoto del 10 de octubre de 1986, tenía unas señas como estas: Calle Delgado, número 250. La Dirección de Publicaciones e Impresos aún ostenta las señas siguientes: 17 Avenida Sur número 430. Esto quiere decir que el edificio de esta institución se levanta a cuatrocientos treinta metros al sur de la Calle Arce.

De acuerdo: el sistema es complicado, pero al menos es más racional que “200 metros al norte de donde quedaba la Panadería Miraflores”. De todos modos tampoco está exento de folklóricas salidas de tono: es probable que San Salvador sea la única ciudad del mundo donde exista una calle denominada Sexta-Décima. La 6ª. Calle poniente llega hasta la 25 Avenida Norte. Ahí inicia una prolongada curva que describe el contorno del enorme predio en el que se encuentran el Parque Cuscatlán y el Gimnasio Nacional. La curva hace que la Sexta empalme con la que debería ser (si de la retícula original no se hubiera hecho caso omiso) la 10ª. Calle poniente.

Todo este esfuerzo de racionalidad se fue definitivamente al diablo cuando la capital comenzó a urbanizarse aceleradamente y surgieron las llamadas “colonias”, que no sólo rompieron con el esquema original sino que en cada una se comenzó a denominar a las calles con nombres en lugar de números. La colonia Costa Rica, sin ir más lejos, una de las más antiguas, situada en las inmediaciones del parque Zoológico, tiene una Avenida Irazú y una Avenida San José, por ejemplo.

Además surgieron por necesidad, las vías anchas como el Boulevard Venezuela, el de los Próceres, la Autopista Norte y la Autopista Sur, que ya no se atuvieron a la nomenclatura original, sino que terminaron de trastocar el esquema de damero.

Por otra parte, puedo decir en nuestro descargo, y a contrapelo de lo que dice don Miguel, que yo también he estado en Madrid, y en Toledo, y en París, y en Jerusalén, y que tan fácil es perderse en tan ilustres sitios como en Tegucigalpa. O sea, que en todas partes se cuecen habas, que al mejor escribano se le va un borrón, y que, probablemente, la única manera de conocer una ciudad es arriesgarse a perderse en ella.

Friday, November 03, 2006

Ha sido un largo mes...

Octubre ha sido un largo mes: vinieron mis compañeras de colegio, nos reunimos en la casa de Luz Matilde Ábrego, efectuamos también los segundos parciales en la Universidad, y mi curso de Historia de El Salvador marcha viento en popa... terminé de revisar Palimpsestos y Flores de Papel, dos historias de las que ahora no quiero comentar nada, pero que me han dejado física y mentalmente exhausta...

Hace una semana hicimos un viaje a Guatemala con Susana Reyes. No fue fácil. Nada de lo que hacemos, ella y yo, es fácil. Tal parece que somos cronopias, después de todo, y cuando viajamos nos suceden todos esos percances que describe Cortázar en su texto inmortal:

Viajes

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.

Nos levantamos a las tres de la mañana. Susana pasó a recogerme como a las tres y media y nos fuimos a Puertobús. El bus partió a las cuatro en punto. El trayecto fue sin incidentes. Por fortuna, no enfrentamos ningún atasco ni en la frontera de Las Chinamas ni en la carretera de acceso a Guatemala. Bajamos en La Pradera a las ocho y media. Pasamos a desayunar a un café en el centro comercial y luego tomamos un taxi para hacer la diligencia que nos llevaba a la ciudad, la cual se frustró debido a las caóticas direcciones de Guatemala, hecho agravado por la desconfianza de los chapines, que no prestan ninguna ayuda.

Regresamos a La Pradera donde nos encontramos con Dina Posada, amiga salvadoreña que tiene más de veiticinco años de vivir en Guate. Fue una ayuda invaluable para orientarnos en esa terra incognita. Por fin, a la una, quedamos libres de obligaciones y nos fuimos a almorzar al Tre fratelli de la zona 9. Comimos maravillosamente y a las tres y media estábamos en la Terminal, en pleno caos de la zona 4. Hubo que esperar una hora a que saliera el bus, y otra media hora a que cargara diesel. Pero por fin tomamos camino de regreso hacia El Salvador, en medio de un aguacero bíblico. Quizá porque son los últimos del presente invierno...

Un percance en la frontera nos hizo llegar con una hora de retraso. Veníamos con salva sea la parte hecha talco, pero contentas. A ver cuándo repetimos la experiencia pero con más tiempo.